jueves, 4 de junio de 2009

Mi viejo se volvió "caviar"



De un tiempo a esta parte mi viejo, ese blanquito ayacuchano que llegó a Lima en la década del sesenta, el que aprendió a leer con Los Siete Ensayos y El mundo es ancho y ajeno, el que me regaló ambos libros –obviamente sólo leí el primero– cuando cumplí once años y terminaba la primaria, el marxista-leninista-socialista-electricista, primo hermano de al menos media docena de terrucos, se ha convertido en un completo “caviar”.

¿Que cómo me di cuenta? Pues un buen día en el que abrí su maletín –tenemos esas confianzas–, donde además de una dedicada colección de herramientas (16 destornilladores, 8 planos y 8 tipo estrella, 3 alicates, 5 llaves para destapar medidores de luz, 37 stobolts, 2 pinzas, 2 rollos de cinta aislante, parafina, etcétera) lleva siempre un diario deportivo y otro de corte político. Sus infaltables lecturas.

Del precario Todo Sport –Gonzalo Meléndez y Félix Medina, son mis causas pero esta es la verdad–, que lo encandiló con las columnas de Alberto “Toto” Terry, se había cambiado al novísimo y bien elaborado Depor: el último vástago de un anciano adinerado llamado El Comercio.

No justifico el cambio pero lo entiendo. Desde que la “Saeta Rubia” murió, el tabloide alguna vez dirigido por Mosiés Wolfenson perdió importancia. Malos gráficos –excepto Félix Medina– y peores redactores –excepto Gonzalo Meléndez– han poblado sus páginas de desinformación. Es decir –y esto es innegable–: sus reporteros llevan las “pepas” pero ningún lector humano es capaz de entenderlas. Y mi viejo es humano.

La situación, bien mirada, no estaba para melodramas. Es más, desde entonces cada vez que llego a la casa le pregunto a mi viejo: “¿compraste Depor?” y mi viejo responde: “está en el maletín”.

Empero, la cosa cambia radicalmente cuando las personas optan por una nueva postura política. Y en eso influyen bastante los medios de comunicación. Por ejemplo, no es igual un lector de Expreso que un lector de Correo. Ambos tienen miradas parecidas, pero una visión diferente de las cosas.

Desde que ingresé a San Marcos y, por ende, me convertí en alumno de César Lévano, Isidro Gamboa Rojas –que así se llama mi viejo– se volvió un lector acérrimo del diario La Primera. “Es bueno tu profesor”, decía cada vez que leía su editorial. No se perdía una sola de las columnas de Hildebrandt, ni las investigaciones de Raúl Wiener. Incluso las notas policiales –mayormente volteadas de peru.com– eran devoradas por el paisano y fan de Manuelcha Prado, que siempre estaba al tanto de las marchas del SUTEP y la CGTP.

Pero desde hace unos días dejó de lado el portavoz sindicalista y se ha avocado a la lectura de La República. Ahora gasta cincuenta céntimos más. Recuerdo que en algún momento probó con Perú 21 y no le gustó: el apellido del director (Du Bois) le daba desconfianza. ¿Será que Álvarez Rodrich tiene algo que ver? No lo creo. ¿Una mejor información, redacción y fotografías? Podría ser. Yo tengo dos posibles respuestas:

Una consiste en que, por tener mayor número páginas, La República ocupa más espacio en el maletín de mi viejo y lo obliga a cargar con menos herramientas. Por lo tanto, también carga menos peso. Lo que ya es bastante para alguien que gusta de caminar por la ciudad tanto o más que su hijo.

La otra se sustenta en unas palabras que él mismo me dijo: “en este diario encuentro más honestidad”. Y la honestidad, como todos ustedes saben, significa practicar la misma ideología de los que te creen honesto.

En conclusión: si mi viejo no es un flojo, como me lo ha demostrado en todo el tiempo que lo conozco, se ha convertido en un completo “caviar”. Y para colmo usa Pulso, esa nueva fragancia de Essika promocionada por Christian Meier. Los viejos cada día se vuelven más locos.

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