miércoles, 17 de junio de 2009

Foto movida


Como en uno de los Poemas Underwood, el Fotógrafo decidió andar por las calles algo perro, algo máquina, casi nada hombre. Así fue como lo vi hace pocos días, con su cara de huevón en un paradero de la avenida Alfonso Ugarte. “Habla pes, Gustavo Costa”, me dieron ganas de decirle. Pero el micro iba muy rápido y él cruzó la pista noiqueado, como solía andar, pensando que alguien lo seguía para asaltarlo y robarle su cámara. Un par de segundos y desapareció.

Unas semanas atrás había ocurrido lo mismo. ¿Qué soy, qué quiero? Soy un hombre y no quiero nada, pensó –como si fuera un gran lector de Martín Adán– y abandonó una comisión en el Canal 5. Al llegar la móvil a recogerlos –a él y la reportera que hervía en cólera– sólo se sabía que no estaba. “¿Adónde se fue?”, preguntaron todos en el diario. “Se largó sin decir nada”, respondió la agobiada reportera de espectáculos que aún ahora lo maldice.

Poco después todos lo buscaban, lo llamaban al celular pero no respondía, lo llamaban a su casa y nadie conocía su paradero. En medio de la incertidumbre decisiones rápidas. Ante la rapidez virulentas palabras. El mundo está demasiado feo, y no hay manera de embellecerlo.

Dos días antes de verlo (como a un alma en pena o una flatulencia que se queda flotando sólo por un momento en medio de la nada), un chofer de la empresa también lo encontró, coincidentemente entre Alfonso Ugarte y la avenida España:

–Habla pes Gustavo Costa –él sí llegó a decirle lo que yo no pude– ¿en qué andas? la gente está preguntando por ti.

–Estoy pidiendo limosna ¡sapazo!

Tras la sarcástica respuesta el Fotógrafo, una vez más, se hizo humo. Yo quiero ser feliz de una manera pequeña. Con dulzura, con esperanza, con insatisfacción, con limitación, con tiempo, con perfección, nos dijo a todos pero sin decir nada.

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