miércoles, 22 de abril de 2009

¿Alguien dijo algo?


Como suele pasarme cada cierto tiempo, hace poco me puse a pensar en lo que debo hacer con mi vida. En realidad, me puse a pensar en todo lo que no he hecho, tal vez –incluso– en lo que ya no puedo hacer. El tiempo no pasa en vano. Todo a raíz de una conversación –imaginaria o demencial– que vislumbré mientras caminaba por El Olivar, ese parque alucinante lleno de oscuridad, duendes y serenos que no te dejan paletear a tu flaca.

La primera voz que escuché fue la de un adolescente, posiblemente un toque emo y recién egresado del colegio. Quien le respondía era un artie de veintitantos años, quizá un alumno de literatura de la PUCP.
– ¿Qué tipo de arte es más importante, el que te dice hola o el que te dice adiós? –preguntó el chibolo.
–El que te da la bienvenida o te invita a retirarte –respondió el adulto, sin excluir ciertas pretensiones de sabiduría.
Fue en ese momento que, sin darme cuenta, pisé un caracol que se arrastraba por la vereda. Su caparazón se quebró como una nuez madura y su meticuloso –y baboso– organismo se fue transformando con cada paso en una mancha cada vez más oscura y amorfa. No hubo lástima pero sí remordimiento.
“Agg”, dijo el imberbe dentro de mi cerebro y abortó la conversación con el artie. Este, en cambio, sólo sonrío –o eso fue lo que percibí– como creyendo que lo sucedido era una buena excusa para escribir un poema. Entonces comprendí que entre ambos sujetos no había un ápice de amistad ni de nada, sólo una pregunta cojuda cargada de intenciones filosóficas. También descubrí que en medio de la confusión se puede leer el pensamiento de los seres imaginarios. Algo que, por donde se mire, ya es un talento.

Sin embargo, lo que quería decir con todo esto era que de vez en cuando me preocupo por lo que me sucede, no necesariamente por lo que va a suceder –lo que es un terrible defecto–, y que cuando esto pasa comienzo a reirme solo.

A veces me computo Robert De Niro en la toma final de Érase una vez en América.

¡Maldito gringo!





¡Maldito gringo! Ya casi estamos en mayo y sigue saliendo para desgracia de mis casacas fashion y mi costumbre irremediable de caminar en la niebla, como un drogo o borracho, por la ciclo vía de la Arequipa, viendo en cada esquina a grupitos de travestis y putas patonas cagándose de frío y pensando –excepcionalmente– son los gajes del oficio (más antiguo del mundo).



Y ya que mencioné la palabra mundo, acabo de recordar que hoy es el día de La Tierra, esa tierrita bendita donde crecen helechos, orquídeas, hongos, lechugas, rosas… y por su puesto la divina cannabis sativa, que también debiera tener un día en nuestros agitados calendarios. En fin. ¡Qué bueno es saber que no todas las personas ignoran que nuestro planeta es el mejor lugar del universo! Reto al más osado de los extraterrestres a demostrarnos lo contrario.



Pero en medio del jolgorio también hay malas noticias, sobre todo para un sujeto como yo que vive de propagar las infelicidades. Alucinen –no sé por qué pretendo una multitud de lectores– que una empresa seria ha publicado un anuncio buscando periodistas, pero sólo bachilleres o titulados, es decir: cualquiera que se haya pasado cinco años chancando en una universidad –o en la Bausate, que ahora se alucina universidad– sin haber trabajado nunca. PTM!! …Son los gajes del verdadero oficio más antiguo del mundo: ser vago.



Antes de largarme a averiguar los detalles sobre la muerte de un “pepeado” en el siempre motivador distrito de Los Olivos (¡plus!), quiero dejar unos versos ajenos escritos por ese “paicherazo” de Carlos Oliva, que no murió “pepeado” pero si negrazo cuando intentaba torear combis asesinas en marcha.



Poema sin límites de velocidad

He visto una ciudad
una avenida
una calle inundada de cantos
De poemas sonando como bocinas de carros
Y autopistas sin guardias de tránsito
Poemas a 200 Km. P/H
Libres
raudos
veloces por llegar
a los oídos del mundo
donde la ansiedad
la droga
y los atropellos
inventan colores siniestros
Y en medio de todo
Yo con mi bocina
Yo con mi voz levantada
Entre tantos accidentes
Risueño
Ilusionado
Y sin más palabras
Que estos versos sin frenos por las avenidas.



Carlos Oliva Valenzuela (1960-1994)