miércoles, 25 de marzo de 2009

A.B. Zurdo

Como si le preguntaran el nombre de una deidad hermafrodita, A.B. Zurdo miró hacia arriba –alguien podría pensar que estaba contando sus cejas o las espinillas que estas camuflan desde su adolescencia– y dijo lo primero que se le ocurrió: han matado a un cabro en la esquina.
Nadie se lo había preguntado y muy probablemente la noticia era falsa, pero el tipo era así. Cada cierto tiempo decía cosas como esa para convencernos a todos de su nick name, de que era el más freak y, sobre todo, de que podía pasar el resto de su vida encerrado en un cuartucho en la azotea de su casa, sumido entre discos y libros que jamás terminó de leer.

–¿Cómo lo mataron?
–Un carro le aplastó la cabeza y se dio a la fuga.
–¿Y apuntaste la placa?
–No, pasó muy rápido. Pero el cuerpo todavía está ahí, con la cabeza reventada.
–¿Y cómo sabes que era cabro?
–Porque así mueren los cabros.
–¿Y entonces cómo mueren los que no son cabros?
–No lo sé, todavía estoy vivo.

Como si le preguntaran el apellido de algún político togolés, A.B. Zurdo sonrió, sacó de su bolsillo un wiro perfectamente roleado –quizá este sea uno de sus pocos talentos, junto con su habilidad para jugar billar y disecar libélulas–, lo encendió y lo compartió con La Gente, que celebró una vez más el tremendo conejo que les sacó del cerebro.
¿Alguien podría cuestionar este episodio de tan terrible felicidad?
Minutos más tarde, con los ojos reventados y cansados de ver tanto cabro atropellado, todos siguieron pensando en las mismas tonterías de siempre.

1 comentario:

  1. jajajajaaa, ese diálogo está maestro o como me dijo el taxista que se para en la esquina de mi barrio: buenos días, maestrito...

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